2014/Junio 10/ REMAP/ Por: Alexander Escobar/“Ni Santos ni Zuluaga resuelven el problema”, “todos son hojas del mismo árbol”, “hay que votar en blanco”, se convirtieron en frases de cabecera de quienes evaden la vergüenza electoral que parieron…
Alimentar
el ego parece más importante que asumir la vergüenza de una responsabilidad
compartida. Que la izquierda y los movimientos sociales hoy se debatan entre
qué “conviene” más al país, si Santos o Zuluaga, es el triunfo de la arrogancia
sobre la sensatez. Acuerdos entre movimientos y partidos que coinciden en la
necesidad de cambios mínimos para la sociedad, cambios que ni siquiera serían
revolucionarios, constituía un acto de cordura para tratar de llegar al
Gobierno por la vía electoral, es decir, para construir una Colombia decente,
al menos. Sin embargo muchos pensaron que la decencia no era un tema tan importante,
y la oportunidad de conformar una candidatura única por la paz jamás se dio. Del
hecho ahora algunos quieren desligarse, como si se tratase de una
responsabilidad ajena, y no el resultado de una estupidez colectiva.
“Ni
Santos ni Zuluaga resuelven el problema”, “todos son hojas del mismo árbol”, “hay
que votar en blanco”, se convirtieron en frases de cabecera de quienes evaden la
vergüenza electoral que parieron, análisis de cajón para lavar las manos de un
ego que presume de inmaculada claridad política, tan clara que oscurece la
realidad que se debate en el país: tiempo de más para la vida o un avanzar
rápido hacia la muerte.
La
realidad del país, en este preciso momento, va más allá de favorecer la imagen
de la izquierda o los sectores sociales, o la conveniencia ególatra de ciertos
personajes del país que ensombrecen la necesidad de tomar una de las decisiones
más dolorosas: ganar tiempo para la paz votando por Santos, o acelerar la
muerte dejando que Zuluaga llegue al poder.
Lo
que está en juego es qué tiempo tiene la izquierda y los movimientos sociales
para resistir a la envestida contra la solución política al conflicto
colombiano. No quiere decir que con Santos no vendrán acciones de persecución y
represión contra los opositores políticos, lo que sucede es que con Zuluaga el
exterminio se aceleraría en forma dramática.
Pero
para quienes presumen de inmaculada claridad política, o revolucionaria
convicción, esto no representa mayor interés, prefieren el culto a la imagen, a
la propia, que evitar la masacre que enfrentaría la oposición en Colombia.
El
tiempo que se gane con santos en el poder, sin importar si son meses o días, es
una responsabilidad con la vida de quienes luchan por transformar la sociedad;
y cualquier segundo de más en su lucha, es un segundo para la vida y el logro
de la Paz con Justicia Social. Sin embargo, la discusión no termina ahí.
Analizar la forma como se está configurando el Estado colombiano es de suma
importancia para profundizar más allá de la tragedia coyuntural.
Un Estado contra
la paz
La
Paz con Justicia Social enfrenta enemigos que sobrepasan la coyuntura electoral.
Santos y Zuluaga se convierten en distractores de un problema que es
estructural. A quién representa el Estado, o a quiénes, es la pregunta que nos
regresa al análisis básico de los discursos que dentro del gobierno de Juan
Manuel Santos se originan.
Las
opiniones contrarias entre el Presidente y el ministro de Defensa Juan Carlos
Pinzón frente a los diálogos de paz, sirven para el análisis. ¿Por qué las
declaraciones de Santos y el Ministro no coinciden? ¿Qué poder faculta a Pinzón
para descalificar al Presidente y el proceso de paz en forma incesante y
continuar en su cargo? De seguro no es porque vivimos en un Gobierno plural y
democrático. La razón radica en que el gobierno de Santos obedece al Estado, uno
que está configurado para proteger intereses de la guerra que sostienen la
injusticia e inequidad del país.
Las
bases para la Paz con Justicia Social que podrían llegar a pactarse en la mesa
de diálogos de La Habana, son el enemigo para quienes a través de la guerra
pretenden prolongar y ocultar las condiciones de miseria que padecen millones de
colombianos, condiciones que hace más de 50 años dieron origen a la guerra
interna que continúa en el país.
Justicia
social significa para el Estado la pérdida de privilegios para algunos sectores
de la sociedad y del capital transnacional que se enriquecen con la corrupción,
el saqueo del territorio y la explotación del pueblo. Y para ese enemigo que es
la paz, el Estado mueve fichas como el ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón
para desestabilizar el proceso de paz en el momento que sea necesario,
generando una crisis al interior de las Fuerzas Militares que le respaldarían
junto a los senadores electos del uribismo que pronto estarán en el Congreso realizando
alianzas para ser mayoría.
La guerra contra el
proceso de paz proviene de las estructuras del Estado que ya están preparadas
para tratar de provocar su fracaso. Zuluaga en la Presidencia sería uno de los
golpes más duros contra los diálogos de La Habana, pero él solo es parte de un complot
contra la Paz con Justicia Social del país que viene actuando ya sin él.
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