Nos queda la firme convicción de continuar trabajando por la paz con justicia social y la Constituyente Nacional de Arte y Cultura. Porque contra todos los pronósticos, incluyendo los míos en estado de sobriedad, la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz no fue solo un escenario para exhibirse o actualizar el perfil de Facebook.
Fernando Vallejo
y Alfredo Molano. Foto: Yankel Sandoval / RAPSO
¿Qué queda después de siete días de discusiones e infinidad de eventos y personajes desfilando por cámaras y micrófonos? Además de farándula, también queda cansancio, noviazgos pasajeros, guayabo por tanta rumba que quizá provoque el nacimiento de nuevos hijos en nueve meses y, aunque suene imposible y difícil de creer, nos deja la firme convicción de continuar trabajando por la paz con justicia social y la Constituyente Nacional de Arte y Cultura.
Porque contra todos los pronósticos, incluyendo los míos en estado de sobriedad,
la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz no fue solo un escenario para
exhibirse o actualizar el perfil de Facebook, así este haya sido el común
denominador.
El
evento registró 240 delegados de las regiones y otras diez mil personas
inscritas que llenaron auditorios según el personaje que querían cazar para la
foto o pensando en el artista o concierto de sus apetencias. Por fortuna muchos
también asistieron con sincero interés en los paneles de discusión, o para
hacerle barra a algún amigo que para la farándula artística e intelectual
resulta desconocido.
Situaciones
diversas podrían hablar de estos intereses y la diferencia entre unos y otros.
Sin embargo, nada más apropiado para abordar el tema que las palabras del
escritor Fernando Vallejo durante la cumbre, gran sensación en redes sociales y
medios de comunicación que acamparon en su intervención como acudiendo a la
borrachera del sensacionalismo (no a la del licor, esa es otra cosa, a la cual
respeto y de vez en cuando acudo tímidamente hasta el amanecer).
Vallejo,
novelista con una “prosa de vértigo”, como brillantemente lo define Julio César Londoño, es también un
excelente provocador. Pero se puede provocar para quebrantar la infamia del
mismo modo que para perpetuarla bajo una máscara de irreverencia. Esta vez
Vallejo apuntó a lo segundo. Su intervención en la cumbre
fue un culto a la personalidad, obviamente a la suya, donde interpreta un
personaje que dice estar en contra de las mafias y sinvergüenzas del país. En
la forma podríamos decir que así lo hace, no obstante en el fondo sus palabras reproducen
los intereses de los grandes medios de comunicación y partidos de ultraderecha
como el Centro Democrático, sinvergüenzas y mafias que Vallejo dice
criticar, pero con los cuales comulga y repite su versión de la paz y el
conflicto colombiano sin siquiera sonrojarse. Tal vez lo haga porque, fiel a su
personaje, piense que quienes lo aplauden son seres desafortunados que no debieron
venir al mundo, o porque de mafioso y sinvergüenza algo tiene en su cabeza. Si
lo último es su caso, no debemos culparle ni juzgarle por ello. Reproducir el
odio y los ríos de sangre de estas mafias es su postura política, su ideología
más oculta bajo el manto de los aplausos. A pesar de todo el daño que esta
política del odio hace, con protocolaria frase de cajón diremos que respetamos
sus ideas, aunque no las compartamos. Y acuñemos otras palabras de tipo similar.
Artistas cuyas opiniones no registran los medios de comunicación, saben que el
conflicto colombiano nace de causas estructurales de iniquidad que se mantienen
y deben ser superadas; y han jurado trabajar hasta parar la guerra, lograr la
paz con justicia social y acabar con las mafias y sinvergüenzas que se
alimentan de titulares de prensa similares a los que usted, señor Vallejo, produjo durante la
cumbre.
Pero
no cante victoria maestro. No todo puede perdonarse. Algo resulta inaceptable:
repetir la versión del conflicto de otros, al punto de utilizar los mismos
calificativos, es un atropello a la estética, la imaginación y creatividad. Su
condena en este caso no es otra cosa que la mediocridad en que cayó. Espero que
todo haya sido por falta de tiempo, porque escribió a la carrera y no logró
elaborar un documento a su altura. Aunque, bueno, sin importar cuáles sean las
causas, se le desea lo mejor, pues no vaya a ser que Álvaro Uribe y su secta entablen
demanda y lo acusen de plagio.
De
seguir así, los escritos e intervenciones de Fernando Vallejo terminarán igual
que franquicias del cine como Rápido y
furioso, con mucha acción eso sí, pero sin trama y con un argumento cada
vez más pobre, haciendo de cada palabra un estudio de mercadeo enfocado a un club
de fans desafortunados que fueron traídos al mundo para aplaudirle y comprar
sus libros.
_________________
*Alexander
Escobar es integrante de la RAPSO (Red de Artistas Populares del Suroccidente)
y REMAP (Red de Medios Alternativos y Populares)
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.