Aunque el procurador hace gala de una extrema posición religiosa y de una particular moralidad, su comportamiento evidencia faltas que son condenadas incluso por el catolicismo y mucho más por las concepciones modernas de la moral pública.
2015/ Abril 20/ Opinión/ Por: Salomón Kalmanovitz
En la Divina comedia de Dante Alighieri, el infierno está conformado por un embudo invertido en cuyo vértice reside Lucifer. Consta de nueve círculos, algunos
subdivididos en fosas, que van aumentando el tormento que sufren los pecadores y van de la soledad absoluta para los que pecan por amor en el segundo círculo, pasando por los que nadan en pez (solución resinosa, derivada de la trementina) hirviendo para los que trafican con la justicia, para culminar con los
cismáticos y falsarios, entre los que cabrían los lefebvrianos, que son
castigados con la lepra. El noveno y último círculo está destinado a los
traidores a la patria y a Judas Iscariote.
Entre
los pecados capitales que comete el procurador destaca la soberbia, que lo
impulsa a perseguir a sus enemigos ideológicos, tratando de destruir sus
carreras como políticos o técnicos. Sus víctimas incluyen a Piedad Córdoba, destituida
con pruebas no admitidas por la Corte Suprema de Justicia, pero que por razones
de raza y género no ha sido reivindicada a la fecha; Alonso Salazar, por haber
advertido de la financiación y presencia de grupos paramilitares en una campaña
para sucederlo en la Alcaldía de Medellín y que fuera anulada tardíamente por
el Consejo de Estado; destitución mediática y destrucción de la carrera
política de Gustavo Petro, también anulada por el mismo ente; la que recién
monta contra Sergio Fajardo, también para destruir un oponente que se destaca
por frenar la corrupción que tanto defiende el mismo personaje.
Su
afán de figuración mediática lo llevó a destituir fulminantemente a Gerardo
Hernández, superintendente financiero, y a suspenderlo por 12 años de funciones
públicas; después echó reversa para dejarle todavía una suspensión injusta por
casi un año.
El
castigo que canta Dante para este tipo de pecados es “el de la lluvia eterna,
maldecida, fría y densa” que recae sobre ellos, y ser desollados por un cerebro
de tres cabezas, el cancerbero.
El
procurador también sería castigado por pecados asociados a la violencia, como
el encubrimiento de los comandantes paramilitares y los políticos que
usufructuaron sus despojos y la minimización de los delitos atroces de los
nazis, negando el holocausto que perpetraron. Los pecadores violentos son
ahogados en la sangre hirviente de sus víctimas inocentes, correspondiente al
séptimo círculo de Dante.
Aunque
Dante no pudo concebir faltas contra el patrimonio público y los recursos de
los contribuyentes, es claro que el procurador cae en el pecado de los
disipadores, que son castigados en el mismo círculo de los violentos, y también
en el de los fraudulentos, que son torturados en el penúltimo círculo del
infierno. Este funcionario dispone de un presupuesto que cubre una nómina de
14.000 funcionarios con la que paga favores, y corrompe todo el sistema de
justicia; deteriora además la calidad del servicio público que debe, por el
contrario, vigilar responsablemente; defiende el carrusel de las pensiones
ilegales de magistrados amigos y protege el desgreño y la desidia exhibidos
descaradamente por los funcionarios afines. Se trata indudablemente de faltas y
pecados gravísimos.
¿Será
castigado aquí y ahora por la justicia terrenal este funcionario venal?
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