Todo indica que en Colombia la mentira ya no necesita repetirse hasta adquirir estatus de verdad. Basta con ser enunciada para aceptarla como orden a seguir por un séquito domado por los medios de comunicación desde hace más de una década.
Por: Alexander Escobar
FIPU | FOTO: JUAN PABLO PINO / LA SILLA VACÍA
En
varias oportunidades los cálculos han fallado al pronosticar resultados
electorales para la ultraderecha en Colombia. Porque el problema no es de
encuestas ni de números, la discusión radica en analizar el estado mental de la
sociedad.
Sin
importar la propuesta o los argumentos, existe un sector de la sociedad que
apoya en las urnas a la ultraderecha, expresada principalmente en el Centro
Democrático, partido liderado por el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe
Vélez.
Por
ello no importa lo ridículo, bajo y ruin del comportamiento de quienes
conspiraron la campaña por el No en el plebiscito que aprobaría los acuerdos de
paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Aunque sus estupideces fueron
motivo de burlas, caricaturas y memes de colección, el No ganó, por un margen
muy pequeño (menos de 60 mil votos), pero ganó, porque cuenta con un sector de
la sociedad que acompaña a la ultraderecha representada en la figura del
expresidente Uribe.
Tampoco
importa que ese sector, que presume ser abanderado de la moral católica, haya
votado en contra de los principios religiosos del perdón, la reconciliación y
la paz, o que el mismísimo Papa prácticamente amenazara con no venir a Colombia
si los acuerdos no eran refrendados en el plebiscito: votaron por el No más de
seis millones de personas, en contra de la sensatez, los argumentos a favor de
la paz y en contra del Papa y los principios religiosos.
Y
aunque en el campo de lo mediático, la propaganda y la política importe el
análisis, lo cierto es que finalmente no importa qué puntos de los acuerdos de
paz fueran escogidos por la campaña del No para confundir y sembrar odio; fuera
cual fuera la excusa, la ultraderecha iba a recibir respaldo por aquel sector
que rinde culto a cualquier cosa que propongan, del mismo modo que el fascismo
tiene sus fieles sin importar las aberraciones que promuevan. Ese es su estado
mental. Recordarlo es importante. Y podemos citar ejemplos vergonzosos como el respaldo
que dieron a Iván Zuluaga, candidato del Centro Democrático vinculado a un
proceso judicial, con hacker y video incluido como pruebas indiscutibles, que disputó
la presidencia de Colombia con una votación cercana a los siete millones de
votos.
Todo
indica que en Colombia la mentira ya no necesita repetirse hasta adquirir estatus de verdad. Basta con ser enunciada para aceptarla como orden a seguir por un
séquito domado por los medios de comunicación desde hace más de una década,
cuando Álvaro Uribe llegó al poder para perpetuar la guerra, y fomentar el odio
con campañas de desprestigio contra la oposición política.
Hoy
padecemos los efectos de esa guerra mediática que se intensificó para llevar a Álvaro
Uribe al poder durante dos periodos presidenciales consecutivos (2002-2010), más
de ocho años que no se curan con propaganda radial y televisiva para votar por
el Sí en el plebiscito, ni diciendo “me gusta” en Facebook.
También
padecemos de un espejismo denominado “democracia” donde el sufragio solo es un
acto protocolario, ilegítimo por el alto grado de abstencionismo que comúnmente
supera el 50%. Es una “democracia” sin el aval de más de la mitad de la
población, al igual que el plebiscito que, independientemente del vencedor, no
representa un triunfo para nadie, en tanto que solo es un indicador vergonzoso de
aquello que la paz debe traer para el país: personas que acudan a las urnas con
criterio propio y no bajo el influjo del odio, el engaño y la desinformación; y
un modelo de participación política, con garantías y cambios en las estructuras
del Estado, que devuelva la confianza a más de 20 millones de abstencionistas que
perdieron la fe en el sistema político y el modelo democrático.
No
es extraño entonces que muchos que votaron por el No estén sumidos en el
silencio y el desconcierto al ver el llanto de miles de compatriotas que
votaron para aprobar los acuerdos, y por los tambores de guerra que suenan con
el anuncio del presidente Juan Manuel Santos de poner fin al cese al fuego bilateral
con las FARC el 31 de octubre, algo que con los acuerdos ya era de carácter indefinido.
Es el llanto de la vida frente al odio lo que da legitimidad a la paz y no un plebiscito vergonzoso. Ahora serán las calles donde la refrendación de los acuerdos tendrá lugar, mientras que a quienes votaron por el No, pensando que lo acordado podía ser modificado para “mejorar”, o asumiendo alguna otra estupidez, el peso de la vergüenza les acorralará obligándoles a contemplar la lucha de un pueblo que ganará la batalla de la paz a la ultraderecha.
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