No es difícil establecer que ese elixir sagrado llamado “imparcialidad”, que se oculta en alguna montaña descubierta por Indiana Jones, no aplica de igual manera para las FARC.
Por: Alexander Escobar | Foto: Archivo / ONU
FIPU PRESS
La rapiña mediática
inició 2017 despedazando a los observadores de la ONU que pasaron el 31 de
diciembre en un campamento de las FARC. Nada
mejor para los medios que empezar el año con un escándalo. O inventarlo, de ser
necesario, para alimentar el rating con estupideces que se reproducen por ausencia
de debates serios.
El escándalo fue
elaborado después de conocerse el video
donde dos de los observadores de la
Misión de la ONU en Colombia se ven alegres bailando con guerrilleras de
las FARC, en una celebración de fin de año que “incluyó una cena con cerdo,
gallinas, buñuelos, dulces y chocolates, así como baile al son de música
tropical colombiana”, anota la agencia EFE.
Para planificar el
escándalo se emplearon recursos ya conocidos: descartar videos que generan opinión favorable y escoger uno o dos que pueden terminar en
controversia; luego sumar la intriga periodística fabricada en salas de
redacción de canales como RCN; y por último añadir testimonios de ideólogos de
derecha, o de un partido de ultraderecha que, en este caso, no puede ser otro
que el Centro Democrático.
Y listo. Así la opinión
pública queda a merced de la pócima mediática que fabrica un escenario donde no
existen garantías para el proceso de paz con las FARC, porque todo es quirúrgicamente moldeado para que la ONU aparezca como
una organización no neutral por bailar, comer cerdo y, quizás –no me consta–, realizar
algunos brindis en un campamento de las FARC el 31 de diciembre.
Acto seguido, fiel
a sus protocolos, la ONU descalifica y anuncia que tomará medidas contra los
observadores involucrados en el festejo decembrino, afirmando que su “comportamiento es
inapropiado y no refleja los valores de profesionalismo e imparcialidad” de la
Misión de la ONU en Colombia.
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Por fortuna, hasta el
momento no se publican fotos o videos de directivos de la ONU compartiendo
algún coctel o canapé con funcionarios del Gobierno porque, imaginamos, también
se pronunciarían con el mismo tono, calificando de inapropiado un
comportamiento que tampoco reflejaría la imparcialidad del organismo.
No
es difícil establecer, entonces, que aquel elixir sagrado llamado “imparcialidad”,
que se oculta en alguna montaña descubierta por Indiana Jones, no aplica de igual manera para
las FARC en Colombia, país donde los medios de comunicación cubren el conflicto
descalificando a la guerrilla y enalteciendo al Gobierno como único actor
válido.
Se
acerca el fin de la guerra. Y ahora la vida política de las FARC requiere de garantías que van más allá de salvaguardar la vida
de los excombatientes dentro de la creciente ola de asesinatos de líderes
sociales en Colombia. La guerra sucia comprende otros escenarios
tecnificados por los medios de comunicación que evolucionaron conforme se
prolongaba la guerra.
En ese otro escenario
de la guerra contra las FARC todo se vale: hoy son los funcionarios de la ONU
bailando en un campamento guerrillero, ayer lo fueron los tenis de Timochenko,
mañana será cualquier cuestionamiento a la sinrazón que da su voto negativo a
la paz.
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