Hay algo que a mí me duele en el alma: ver cómo mochaban los cultivos, eso es un asesinato. Eso siempre me ha dolido a mí en la vida. Con tanta hambre que hay
en un país como Colombia, por cada árbol que usted mocha está asesinando a cien personas.
Yo
estaba escondido, mirando todo, llorando, impotente. Viendo cómo sacaban a mi
mujer, a mi mamá, a mi hermano, a la gente. Si tan siquiera hubiera tenido un
palo para tirarle al ESMAD, me hubiera sentido un poco feliz. Pero hasta eso me
quitaron.
Mi
familia tenía más o menos 50 reses, sembrábamos maíz, yuca, vivíamos del
pancoger, con eso le di estudio a mi hija. De esas 25 hectáreas dependía todo
este corregimiento: los propietarios de las tierras, los arrendatarios, los que
vendían la leche, los que hacían el quesito. Todos nos beneficiábamos. Si nosotros
perdemos esas tierras que hemos trabajado por más de 50 años, a la mayoría nos
toca irnos de acá. El día del desalojo el pueblo quedó en silencio, como si
hubieran matado a alguien.
***
Son más de un centenar de campesinos iracundos, afligidos, insumisos. No es la
primera ni la última vez que intentan recuperar lo que les arrebataron: los
predios San Felipe y Altamira. La mayoría lleva trapos sobre la cabeza y un
machete o una estaca en la mano.
Una
parte del grupo peregrina durante cuarenta minutos por un camino entorchado de
verdes y serenos pastizales. El resto irrumpe por los potreros para flanquear
la casa. Nadie sabe qué se va a encontrar -tal vez llueva gas lacrimógeno,
quizá suenen disparos al interior de esas cuatro paredes naranjas- pero todos,
como yo, van preparados para lo peor.
En
la parte trasera de la casa, un hombre echa varios barriles en la canasta de
una moto y abandona el predio antes de que los guayaberos se hagan con el
control territorial del lugar. Más tarde nos enteramos que con él escaparon
varias armas cortas.
Una
pareja con dos bebés en brazos, un anciano con el esternón desnudo que no
aparenta sus 67 años, y un joven de 18 años son inmovilizados sin violentar su
integridad física. Tienen los ojos aindiados, harapos sucios, y la mirada
perpleja de quien nunca ha sido dueño de su propio destino.
Mientras
los guardias campesinos interrogan a los ocupantes del predio, los dueños
legítimos sacan las pertenencias de la casa: colchones, la ropa de los
retenidos, un ventilador, un aire acondicionado, elementos de arriería, frenos
para caballos, ollas, el esqueleto de una cama, una escopeta y 28 cartuchos
que, según reconocieron los ocupantes del predio más tarde, habían sido traídos
hasta la finca por Rodrigo López Henao el 13 de diciembre del año pasado,
después de que la fuerza pública desalojara violentamente a las personas que
allí se encontraban trabajando.
***
A orillas del río Magdalena, uno de los cementerios vivos más grandes del país,
queda El Guayabo, corregimiento de Puerto Wilches, Santander. Si este río
hablara, solo hablaría de muertos, de llanto, de dolor, de injusticias, de
victimarios impunes.
En
El Guayabo vivimos una familia de casi 600 personas; en invierno, las calles de
tierra se convierten en lodazales; los niños solo pueden estudiar hasta octavo
de bachillerato; los enfermos de gravedad los llevamos a Simití porque Puerto
Wilches está a 3 horas en lancha; las gallinas desfilan por las salas de las
casas; los marranos casi siempre están empantanados; los vallenatos de Diomedes
Díaz son nuestro himno nacional; nos burlamos de nuestro propio miedo. Aquí
nunca viene el Estado, solo el ESMAD y la fuerza pública para atacar a los
campesinos.
Antes
de que Rodrigo López apareciera el 17 de septiembre del 2002, los paramilitares
ya habían entrado a la comunidad. Los campesinos les teníamos que pagar una
vacuna de diez mil pesos por hectárea, veinte mil pesos por cabeza de ganado y
dos mil pesos por cada bulto de lo que usted cultivaba. Los campesinos
resistimos, dijimos “no, aquí mandamos nosotros”. Ellos maltrataban a la gente,
la llevaban obligada a los paros, les pegaban, y nos sacaban de las tierras.
Llegaban cada cinco días haciendo disparos, la base paramilitar la tenían en
Vijagual, a veinte minutos de aquí. Siempre la intención de ellos fue venir a
asesinar a alguien… pero cuando venían a matar preguntaban: “¿qué es lo que
pasa en este pueblo que cuando uno viene a asesinar las ganas de matar se le quitan?”.
Ellos no entendían por qué siempre se ponían a tomar.
Mi
nombre es Erick, Erick Yesid Payares, líder del corregimiento El Guayabo. Estoy
motilado con una precisión milimétrica. Soy alto y macizo. A veces voy por la
vida descalzo. Han intentado matarme tres veces. Hace unos años emitieron una
orden de captura en mí contra, estuve seis meses y tres días huyendo de la
autoridad. Me presenté a la Fiscalía y en estos momentos tengo libertad
condicional. Sonrío, sonrío todo el tiempo, porque tal vez sea el mayor acto de
rebeldía contra tantas injusticias.
Yo
era un pelado muy penoso, le huía a la gente. Era el 2002. Estábamos en los
playones y nos avisaron que había llegado el dueño de la tierra, un tal Rodrigo
López Henao acompañado por un inspector de policía que en estos momentos tiene
detención domiciliaria. Cuando escuché que ese señor estaba tratando a la
comunidad de guerrillera, diciendo que al papá lo habíamos desplazado nosotros
con la ayuda de 60 hombres armados de la guerrilla… de mí salió como una rabia:
“Ellos no son guerrilleros. Guerrillero usted que llegó con los paramilitares y
trataron de asesinar al señor Alfredo, ¿no se acuerda?”, le dije. Ese día
comenzó mi liderazgo.
En
el 2012 apareció Rodrigo López con unos procesos jurídicos, con amenazas, con
ayuda del poder político. Cuando salió la ley de víctimas, la 1448, Rodrigo fue
incluido como víctima de desplazamiento forzado. Nos tocó hacer incidencia en
Bogotá. Le expusimos el caso a la Unidad de Víctimas, gracias a Dios se
demostró que fue él quien llegó con los paramilitares y lo excluyeron de la
ley. También tenía las tierras blindadas en el registro de Tierras Abandonadas
y Despojadas Forzosamente. Restitución de Tierras también le tumbó eso. Los
representantes del Gobierno que participan de la mesa de interlocución han
dilatado las medidas para darle solución a la problemática. Llevamos cinco años
en este litigio jurídico y los abogados dicen que puede tardar diez años más.
Después
que le desalojaran la finca a 'El Profe', el 11 de noviembre del 2014, ese
señor metió 11 tipos armados haciéndolos pasar como una empresa de seguridad
privada, pero eran puros paracos. Amenazaban a la comunidad, hacían retenes,
atropellaban a la gente. Instalamos un campamento humanitario como acto de resistencia,
porque estaban mochando los cultivos de cacao, las matas de plátano. Apenas
alcanzamos a estar un mes en el campamento. Tener doscientas personas en un
campamento requiere recursos, apoyo político, y no lo hubo. Los 11
paramilitares, que todo el tiempo estuvieron ahí, se dieron cuenta de nuestra
debilidad. Tumbaron el campamento, pero la comunidad reaccionó. Ellos
comenzaron a hacer disparos y la comunidad tomo la decisión de entrar, eran
como 300 personas. Ellos salieron corriendo y los rescató el Ejército.
En
varias oportunidades hemos retenido personas armadas en los predios. Más
tardamos en dejarlos a disposición de la Policía de Vijagual o Barrancabermeja,
que ellos en dejarlos libres. El pasado cinco de enero el señor Rodrigo López
volvió con un grupo de hombres armados a amedrentar a la comunidad. Y el ocho
de enero miembros del Ejército y la Policía llegaron hasta el corregimiento
para fotografiar, requisar y empadronar a los campesinos que estaban trabajando
en las parcelas.
***
El capitán del Ejército acaba de llamar al celular de Erick para informarle que
llegará en la madrugada a El Guayabo. Rodrigo López denunció que guerrilleros
encapuchados del ELN secuestraron en horas de la mañana a sus trabajadores,
ellos, diligentes y oportunos como siempre, quieren corroborar si la
información es cierta.
Amanecemos
invadidos por casi 40 miembros de la Policía, el Ejército y el Gaula. Los que
llevan fusiles miran como robots que no parecen tener ni un átomo de humanidad.
Dan miedo, pero también producen acidez estomacal. La comunidad los increpa
tratándoles de hacer entender que desconfían de ellos, que esta no es su casa,
que no son bienvenidos, que no son guerrilleros.
Aunque
el plan era hacer entrega de los detenidos y del arma a representantes de la
Defensoría del Pueblo, la Procuraduría o la ONU, estos nunca atendieron el
llamado. No queda otra opción que dejarlos a disposición de los invasores. Los
retenidos les aseguran a los funcionarios que no están secuestrados y que la
comunidad ha sido hospitalaria con ellos. Firman un acta en la cual dejan
constancia que quieren quedarse en el pueblo hasta que tengan las garantías de
una entidad civil. Horas más tarde –a espaldas de la comunidad y desconociendo
el acta que ellos también firmaron– la Policía y el Gaula convencen a los
retenidos y se los llevan en una de sus lanchas.
Los
ánimos están caldeados. La comunidad se siente traicionada una vez más. Para
hacer entrega del arma y los cartuchos también se hace un acta. El capitán de
la Policía se quita los guantes y manipula la escopeta con un cinismo retador.
Consumado el acto de entrega, el capitán del Ejército dice que ellos “solo
cumplen órdenes”.
Los
verdugos se van río arriba. Sopla un sinsabor entre los guayaberos, como si
tuvieran la certeza que, un día no muy lejano, esa arma pude acabar con la vida
de uno de ellos.
***
La zona que fue corredor estratégico para el paramilitarismo y el narcotráfico
en el Magdalena medio –entre los departamentos de Santander, el sur de Bolívar
y el sur del Cesar–, pasó a ser una zona de impacto estratégico de
megaproyectos como el puerto multimodal de Barrancabermeja, el ferrocarril del
Carare que pasa cerca de los playones, y el dragado del río Magdalena que no es
para los campesinos sino para los ricos. Además, estamos seguros de que aquí
hay oro y petróleo. También vienen incrementando los monocultivos de arroz y
palma de aceite. Un coronel del Ejército y un fiscal de la Nación echaron 1516
búfalos a los playones para secarlos y sembrar palma. Han muerto peces. Destruyeron
los pastos naturales. Están destruyendo toda la fauna de un patrimonio de la
comunidad.
Mi
rol, como líder campesino, es defender los derechos humanos a través del
derecho a la tierra, un campesino sin tierra no viviría en este planeta. El
alcalde de Puerto Wilches saca pecho diciendo que en diciembre ellos les traen
un carrito y una muñeca a los niños. Yo le dije: “Nosotros les hemos dado
regalos mejores: el estudio, el amor. Todo lo que ellos visten es de la tierra.
Ese es el mejor regalo que usted les puede dar a estos niños: dejar que sus
padres trabajen la tierra”.
—¿Erick
no te da miedo asumir esa responsabilidad?
—Miedo
sí. Yo le tengo más miedo a la cárcel que a la muerte. La cárcel es oprimir a
la persona, tenerla ahí encerrada, eso mata más.
—Cuando
escuchas en las noticias que mataron a un líder, ¿qué sentís?
—Impacta,
es duro. Se pregunta uno: ¿el próximo seré yo? Da miedo. ¿Le digo qué hago?
Muchas veces apago el televisor. Lo apago. No soy capaz de ver eso.
—¿Nunca
pensaste en salir de El Guayabo?
—No,
esta es mi tierra, yo aquí muero. Yo de aquí no salgo jamás. Por otra parte,
del país no cambio esto.
—¿Cómo
te imaginas El Guayabo en diez años?
—Ay
hermano, si Dios me tiene con vida, me imagino una comunidad de paz. Una
comunidad llena de comida. Una comunidad próspera. Ver feliz a todo el mundo.
Que cada campesino tenga tierra, ojalá Dios me diera esa oportunidad. Ojalá
cuando ustedes vuelvan, no estemos hablando de esto, sino comiéndonos un
pescado; que yo le pregunte cómo está su familia y usted me pregunte cómo van
mis cultivos.
Por: Periferia / Juan Alejandro Echeverri