A la Unidad Defensora del Espacio Público al parecer le importa más defender los derechos de un pedazo de andén que respetar los derechos humanos de los vendedores ambulantes. ¿Importan más los derechos del andén que los derechos humanos de los vendedores ambulantes? Así es nuestra querida Colombia.
He
visto escenas indignantes de personas empobrecidas llorando y rogando para que
la gente del espacio público no les decomise los productos que venden para
ganarse la vida. Casi siempre son personas que viven en la extrema pobreza y
que elaboran unos cuantos fritos y jugos con el fin de ganarse unos pocos pesos
y no dejarse arrastrar al fondo de la quinta paila del infierno de la miseria; algunas
son víctimas de desplazamiento, las cuales son reconocidas como seres humanos
con derechos constitucionales especiales por su condición de vulnerabilidad y
por la negligencia del Estado colombiano en la preservación de su seguridad
integral. Yo sé que hay personas que desearían monopolizar el espacio de
todos.
Pero,
aunque los vendedores ambulantes desplazados cuentan con todos esos privilegios
de orden constitucional, parecería que en ocasiones no se tienen en cuenta por
los que defienden el espacio público. Deberían tener presente que prima el
derecho al trabajo, como derecho fundamental, sobre el derecho al espacio
público, así como el derecho al debido proceso, puesto que Colombia sigue
siendo un Estado Social de Derecho.
Según
el Banco Mundial, Colombia es el segundo país más desigual de América Latina;
sin embargo, la persecución judicial y la criminalización de la pobreza en el
país aumentan con el nuevo Código de Policía. Es como si la gente
empobrecida estorbara y en lugar de combatir la pobreza y la desigualdad social
prefirieran esconder a los pobres y acaso acabar con ellos. Nos quitaron la
justicia y nos dejaron la Ley, la ley del más fuerte, como dijo Eduardo
Galeano.
Los
ricachones que se piensan los dueños de las ciudades turísticas del Caribe
colombiano creen que el turismo solo puede hacerse con mar, arena, sol y agua y
escondiendo a la gente empobrecida, tal como hicieron en Cartagena de Indias en
la pasada visita del papa Francisco. En lugar de construir con urgencia un
moderno acueducto para la Bahía más linda de América, construyeron El Parque
del Agua para que los turistas se bañen. Por lo visto el inmenso mar Caribe
no les parece suficiente a los ingeniosos hidalgos de Santa Marta.
Yo
sólo me opongo al desarrollo urbano que genera exclusividad y exclusión social;
no odio el concreto, pues mi relación con él es, ha sido y será muy cordial.
Estoy en total oposición a todo tipo de violencia contra los más débiles y, por
supuesto, que tiendo a fraternizar con todos los que anden en el andén, los que
estén mal por culpa de la injusticia, especialmente, porque yo mismo la he
sufrido en carne propia.
Ya
es hora de escuchar a la gente y tomarla en cuenta, como ocurre en las
democracias de verdad. Hacen falta soluciones integrales a este fenómeno.
Los vendedores ambulantes no merecen ser tratados como delincuentes. Es
necesario realizar un censo de los vendedores ambulantes a nivel local y
nacional y concertar mesas de trabajo con ellos para formalizarlos y
reubicarlos. ¡Así que la persecución contra los vendedores ambulantes tiene que
cesar ya!
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