El pasado
jueves, 6 de junio, fue asesinado por la Fuerza Pública Jefferson Trochez, un
joven de solo 16 años, quien apenas comenzaba a vivir. Su asesinato ocurrió en
la finca Vista Hermosa del municipio de Caloto, departamento del Cauca, en
medio del desalojo que agentes del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) y
miembros del Ejército realizaban contra comunidades indígenas que se encuentran
asentadas allí desde hace tres años.
Quienes
estaban presentes aseguran que el joven fue herido hacia las once de la mañana,
y denuncian que, a pesar de la gravedad de las heridas, la Fuerza Pública lo
arrastró y no permitió el paso de ningún delegado de Derechos Humanos, ni
siquiera de la madre del menor, para verificar su estado de salud. Solo después
de las dos de la tarde pudo ingresar la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía.
Para ese
momento Jefferson estaba muerto y su cuerpo con signos de tortura, según denuncia la Red de Derechos Humanos Francisco
Isaias Cifuentes.
Para
Andrea Sandoval, amiga del menor asesinado, la muerte de Jefferson produce
indignación y sentimientos encontrados por la impotencia.“Yo como amiga y
habitante de este territorio, digo que da mucha rabia y mucha indignación lo
que pasó con Jefferson, y saber que murió en manos de la Fuerza Pública, más
indignación le da a uno, porque se supone que ellos están es para protegernos,
no para atentar contra las comunidades, no para matarnos”, expresó.
Según testigos
de los hechos, “Jefferson quedó herido, él estaba vivo todavía y cada vez que
la mamá y la defensora de Derechos Humanos Municipal daba un paso para llegar a
donde estaba, el ESMAD tiraba gases lacrimógenos y bombas de aturdimiento. No
entendemos por qué no dejaban ingresar la mamá al menos, a ver cómo estaba, es
que no daban ninguna explicación para impedir el ingreso de la mamá. Eso da
para pensar que hay cosas turbias en este asesinato”, denuncian.
Jefferson
era hijo de campesinos humildes, e
integrante de la Asociación de Trabajadores Pro-Constitución Zonas de Reserva Campesina
del municipio de Caloto, organización que hace parte del Proceso de Unidad
Popular del Suroccidente Colombiano (PUPSOC) y de Marcha Patriótica, era
defensor de Derechos Humanos y había sido miembro de la Guardia Campesina.
Quienes lo
conocieron lo describen como un joven risueño, colaborador y muy comprometido,
convencido de la necesidad de defender su comunidad y su cultura campesina.
La coordinadora
de la Guardia Campesina, María Elena Gómez, lo recuerda así: “Él era un
chico muy alegre que se vinculó a la Guardia Campesina cuando tenía 14 años y
se retiró cuando tenía 15 años porque estaba estudiando y el tiempo no le daba para
hacer las tareas; entonces yo le dije que se dedicara a estudiar, y que cuando
tuviera la mayoría de edad podía volver a la guardia. Su muerte deja un vacío
muy grande, engo muchos recuerdo con él, me queda la promesa que me hizo de que
volvería a la guardia”.
Hasta el mes
de mayo, según cifras de Indepaz, solo en el 2019 han sido asesinados 75
líderes sociales en el país; y entre los años 2016 y 2018 la cifra registrada
es de 681 líderes y defensores de derechos humanos
asesinados que trabajaban por sus comunidades, por la defensa de sus
territorios.
Tal es la
magnitud del genocidio en Colombia que no deja tiempo de asimilar lo que está
pasando, se termina naturalizando el asesinato, convirtiendo a líderes y
lideresas sociales solo en cifras. Muchas veces ante el miedo y la impotencia
se guarda silencio o en el peor de los casos, se intenta justificar el
exterminio a través de campañas de odio y estigmatización.
El
objetivo de asesinar a un líder social no es solo su desaparición física, con
su muerte se envía un mensaje de terror a su comunidad, se rompe el tejido
social, se fragmenta la organización, y las comunidades muchas veces se ven
obligadas a desplazarse o a permanecer en silencio en sus territorios con la
presencia constante de quienes siembran muerte y miedo.
Es así
como con la muerte de Jefferson la comunidad pierde mucho, pierde a un joven
comprometido, a un líder social, a un defensor de Derechos Humanos.
“Él
tenía muchas ganas de luchar por la comunidad, él decía que le quería colaborar
mucho a la gente, que quería trabajar mucho por el reconocimiento de las zonas
de reserva campesina, que quería defender el territorio, los recursos
naturales, nos va a hacer mucha falta, porque es un líder más que se nos va, un
luchador que se nos va sin ver cumplido el sueño de crear la Zona de
Reserva Campesina”, expresa la coordinadora de la Guardia Campesina.
Sergio
Ordoñez, integrante de la Asociación
Pro-Constitución Zonas de Reserva Campesina de Caloto, al igual que el resto de
la comunidad, no deja de sentir impotencia mientras lo describe como “un muchacho muy educado que no se metía con nadie, que
quería trabajar por su comunidad”.
Jefferson
fue un joven que siempre estuvo presente para defender a la comunidad y el
territorio. Antes de ser asesinado por la Fuerza Pública, Ordoñez lo recuerda participando
en la Minga por la defensa de la vida, el
territorio, la democracia y la paz, donde estuvo presente en el punto de
concentración de El Cairo (Cajibío), viéndosele a todo momento como “un
muchacho alegre, siempre presto a colaborar, muy respetuoso, con mucho
compromiso y ganas de aprender”.
La ira y
el dolor generalizado por el asesinato de un joven que apenas estaba comenzando
a vivir se siente en el ambiente de Caloto, del mismo modo que la ausencia de
garantías para la labor de lideresas y líderes sociales también es palpable en
Colombia, traduciéndose en un genocidio comprobable en las cifras y la
complicidad del Gobierno que no actúa y niega la sistematicidad de los
asesinatos, los cuales, en casos como este, involucran directamente a la Fuerza
Pública.
“Como
integrante de la asociación siento mucha rabia. El Gobierno habla con su Fuerza
Pública de un respeto a los derechos, pero, ¿cuál es el respeto?, lo que hacen
es una violación a la vida de un ser humano, a un jovencito que apenas estaba
comenzando a conocer la vida. No vemos una sola razón, si es que puede existir
alguna, para que lo hayan asesinado”, concluye con indignación y dolor Sergio.
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