Se desconoce imagen donde no se le viera sonreír. Y no podría ser de otro modo: su vida fue la sonrisa rebelde que sobrevivió a la guerra. Pero la indolencia, el odio, la estupidez de una sociedad que rinde culto a sus verdugos, y la realidad de una paz traicionada, arrebató con sangre, con tres disparos para ser más exactos, la vida de Anderson Pérez, joven excombatiente de las FARC de 24 años de edad, asesinado el 17 de junio en el municipio de Caloto (Cauca).
Dialogamos
con varias personas, distintos sentires y afectos. Y entendimos que no importa
que su cédula le identifique como “Anderson Pérez Osorio”; para quienes le
conocieron siempre será “David Marín”, nombre heredado de la memoria de una
guerra que no acaba, y bajo el cual su vida guerrillera transcurrió hasta
firmado el Acuerdo de Paz con el Gobierno colombiano.
A
veces resulta extraño que la tristeza provocada por el genocidio en Colombia,
el derramamiento de sangre de líderes, lideresas sociales y excombatientes, nos
lleve a recordar sonrisas como las de David. Pareciera que nuestra impotencia
invoca la alegría ajena como único mecanismo posible para sobrellevar, hacer
soportable la tragedia y la infamia.
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Como
nos recuerda Eduardo Galeano, la alegría también es para recordar que estamos
con vida, que la muerte no ha logrado su cometido y que somos capaces de
recuperarnos y derrotar a quienes nos asesinan. Por eso recordar las sonrisas
de David quizá sea el mejor homenaje para este joven que tuvo el valor de
irradiar alegría, motivar luchas y fomentar procesos organizativos, a pesar del
riesgo que corría.
Y
es que su vida está plagada de historias alegres. No existe persona que, en
medio de la tristeza y la nostalgia, no manifieste haberle conocido con una
sonrisa. Entre esas personas está Lucas Carvajal, exintegrante del equipo de paz
de la FARC en La Habana.
Varios
episodios recuerda Lucas junto a David. Sin embargo, hay uno que no olvida. Recuerda
que mientras realizaban pedagogía de paz en el municipio de Argelia (Cauca),
por su estatura, ser blanco, alto, de ojos verdes y mono (rubio), la comunidad
no reconocía en David a un exguerrillero, sino que lo confundían con un
extranjero.
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El
calificativo de periodista no era gratuito. Al dejar las armas, David se acercó
al mundo del cine y el periodismo. Veía en la comunicación no solo un
instrumento para lograr un objetivo político, de transformación social. Fue
mucho más que eso. Para él ese mundo se revelaba como una pasión, pues solo el
apasionamiento es capaz de lograr cambios cuando las cosas no se tienen a favor.
Por
eso aprovechó cuanto curso de comunicaciones se dictó en los Espacios
Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), zonas establecidas en
el Acuerdo de Paz para que la exguerrilla transitara a la vida social,
política, económica y cultural del país.
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“Cuando
nos tocó trabajar más de tiempo completo, fue cuando estuvimos grabando una
película en La Elvira. A él le tocó de actor, y le tocó el papel de soldado, de
infiltrado dentro de la guerrilla. Y lo molestábamos mucho en ese papel: le
decíamos que los blancos eran los malos y los negros eran los buenos. Él se
reía mucho de su papel, él disfrutaba mucho de su papel, cuando uno ve la
película se da cuenta”.
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“A
él le hubiera gustado mucho que las iniciativas de comunicaciones tuvieran un
final diferente, que hubieran sido autosostenibles y que todos los muchachos y
muchachas que trabajaban en comunicaciones lograran de allí tener su futuro de vida.
Siempre estuvo a la espera de que se diera una directriz clara para el trabajo
de comunicaciones. Él dio lo que más pudo con lo que había y con los recursos
que había en ese momento”, recuerda Boris.
Todos
los frentes de trabajo estaban inundados con las sonrisas de David. El Acuerdo
de Paz brindaba oportunidades para acceder a espacios y sueños que la guerra
impide vivir. Juventud Rebelde (JR), una organización de jóvenes integrada a
las luchas sociales del país, fue uno de esos espacios que pudo vivir a
plenitud en el departamento del Cauca.
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Otra
de las cosas que pudo vivir fue el ser padre, así fuera por tan corto tiempo. Su
hija de un escaso mes de nacida será el testimonio de la posibilidad de
alcanzar la paz, con la voz de su padre y el anhelo de justicia que crecerá en
su memoria.
Será
testimonio porque semanas antes de ser asesinado, David nos recordó que la paz es, ante todo, el triunfo de la vida sobre la muerte. “Tengo que aprovechar la
paz, tengo que aprovechar para que nazca mi bebé en un país en paz”, palabras
que David dejó y que hoy se vuelven pregunta: ¿Tenemos paz y justicia para la
vida? De no ser así, significa que vivimos tiempos de muerte, tiempos para que
la vida asuma la lucha que le corresponde.
“Su
característica más importante era su compañerismo, siempre hacia chistes, era
muy responsable en su trabajo. Colombia pierde una persona con una actitud de
esperanza, de sacar este país adelante”, afirma Clara Zetkin, exguerrillera del
Sexto Frente.
Y
no podría faltar el recuerdo alegre. Otro detalle que no olvidan, es su moto,
único vehículo que tenía a mano para moverse entre comunidades.
“Tenía una moto roja, era muy vieja y
muy llevada (en mal estado). La moto tenía la pata de apoyo mala, y cuando la
estacionaba, prácticamente dejaba la moto acostada en el suelo. Cuando veías la
moto acostada ya sabías que estaba David por ahí”, relata Santiago (“El
Chileno”), exguerrillero del Sexto frente.
Con esa misma moto David siempre
estaba entregado al trabajo organizativo y comunitario. No descansaba en su
afán por ver una mejor sociedad y unas mejores condiciones de vida para la
exguerilla que afronta dificultades de todo tipo. Otro de los frentes de
trabajo donde articulaba su vida, sueños y proyectos, lo constituyó la Cooperativa
Multiactiva Ecomún de Caloto (Cauca), de la cual era presidente.
“David siempre creía que la cuestión
iba a ir mejor, que si nosotros producíamos lo que nos proponíamos íbamos a
mejorar. Teníamos muchas expectativas con el trabajo de la cooperativa, solo
nos faltaban un par de requisitos; inclusive, en la semana que lo mataron,
estábamos terminando unos talleres con el SENA (Servicio Nacional de
Aprendizaje) y quedábamos certificados”, recuerdan en la cooperativa.
La voz de sus compañeros de la cooperativa expresa quebranto, una rabia propia de la impotencia que se guarda pero que las palabras delatan en su tonos, matices y sentires, puesto que para ellos “el país perdió un ser humano que, a pesar de los tropiezos, no se dejaba contaminar por ese odio que hoy en día es muy normal ver”. Lo afirman con la certeza de saber que “David era un gran revolucionario que estaba convencido de que el perdón existía, y que se pueden generar reparaciones en esta sociedad”.
La voz de sus compañeros de la cooperativa expresa quebranto, una rabia propia de la impotencia que se guarda pero que las palabras delatan en su tonos, matices y sentires, puesto que para ellos “el país perdió un ser humano que, a pesar de los tropiezos, no se dejaba contaminar por ese odio que hoy en día es muy normal ver”. Lo afirman con la certeza de saber que “David era un gran revolucionario que estaba convencido de que el perdón existía, y que se pueden generar reparaciones en esta sociedad”.
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