“Los libros que el mundo llama inmorales
son los que muestran su propia vergüenza”.
Oscar Wilde
El
miedo opera como una dictadura del silencio “persuasivo” que trae consigo reacciones
insensatas, análisis apresurados o acomodados, exilio y, en el peor de los
casos, permisividad, ocultamiento, traición y complicidad. Las dictaduras
militares conocen bien su efectividad: imponiendo ríos de sangre despejaron el
camino para la llegada de la plaga neoliberal y la continuidad de sus verdugos
en el poder bajo fachadas que hoy llaman “gobiernos democráticos”.
En
Colombia, al igual que sucede en otras partes del mundo, el miedo continúa
cumpliendo su función “persuasiva”. Pero lo hace de manera más compleja. Porque
nos encontramos sobreviviendo no solo al terrorismo de Estado, además la
sobrevivencia hoy se enfrenta a discursos de paz de algunos sectores de la
academia y la izquierda que, luego de convertir el Acuerdo de Paz en una agenda
para la “buena imagen”, actúan bajo libretos de posturas ligeras y temerosas de
ser asociadas con discursos que “justifiquen” un “volver a las armas” o, con
toda razón, porque persiste el miedo a ser víctimas de un montaje judicial que
termine vinculándoles con las nuevas disidencias de las FARC.
Hablamos
de “agenda para la buena imagen” en mención al Acuerdo de Paz no para desacreditarlo
o desconocer su importancia, lo hacemos refiriéndonos a la forma en que éste se
menciona, a pesar del incumplimiento por parte del Gobierno, de tal modo que
pareciera que no fue traicionado, trayendo consigo la elaboración de discursos únicamente
preocupados por mantener una imagen pacifista estereotipada, derivados también
del miedo a perder votos, o del temor a ser señalado como un pesimista malintencionado
“enemigo de la paz” que añora la “lucha armada” y el “terrorismo”.
Tampoco
lo hacemos desconociendo la entrega y cumplimiento de los exguerrilleros y
exguerrilleras que, en medio de la adversidad y el terrorismo de Estado, están
dando todo de sí, con logros importantes para construir una nueva sociedad en
paz y con justicia social. Sin embargo, no puede negarse que lo que nombramos
como “incumplimiento”, por la magnitud y reincidencia política de no cumplir lo
pactado, implica que estamos ante un Acuerdo de Paz traicionado por el
Gobierno.
Resulta
necesario entonces diferenciar entre voluntad de paz, la lucha para que ésta se
materialice con justicia social, y un Acuerdo de Paz traicionado que deja cerca
de 150 excombatientes asesinados, y cientos de prisioneras y prisioneros
políticos de la FARC que, después de casi tres años de firmado el Acuerdo, aún
permanecen en las cárceles.
Es
claro que se lucha para que se cumpla lo pactado, pero esto no implica que el
Gobierno no tenga trazada una política, un proyecto de ultraderecha, que
traicionó la voluntad de paz de quienes dejaron sus armas, al igual que se
burló de los sectores de la sociedad que le apostaron y apuestan a este
proceso.
La
situación que genera este escenario, paradójicamente, provoca un efecto similar,
con todas sus diferencias, al vivido durante los dos períodos presidenciales de
Álvaro Uribe Vélez. Recordemos que ser estigmatizado, señalado de ser “proclive
al terrorismo” y “simpatizante de la guerrilla”, fue el discurso posicionado
por el Gobierno de Uribe contra organizaciones sociales y de Derechos Humanos
que luchan por la paz –y el fin de la guerra– a través de la salida dialogada
al conflicto interno colombiano.
El
miedo a hablar y analizar sin clichés las implicaciones que deja un Acuerdo de
Paz traicionado hoy provoca solo lejanía, distanciamiento de las voces que en
otros momentos habrían tenido un discurso muy distinto al que están
posicionando.
Las nuevas disidencias
Tras
el anuncio de ‘Iván Márquez’ y otros mandos de las FARC de retomar las armas,
las reacciones inmediatas de algunos sectores que han vivido o estudiado el
conflicto colombiano parecían más una respuesta teatralizada, basada en un
guion preestablecido producto del miedo, que una postura consecuente con la
historia y la memoria, en tanto que no era sorpresa que un grupo guerrillero, o
parte de éste, vuelva a las armas cuando un Acuerdo de Paz es incumplido o se traiciona.
Si
bien es de humanistas rechazar la guerra, y todo aquello que la incremente,
desemboque o perpetúe, esto no puede ser excusa para esbozar opiniones apresuradas
que responsabilizaron a la nueva disidencia de darle vida y un “respiro” al
discurso de sangre de la ultraderecha. Contrario a estas opiniones, lo que puede
comprobarse es que otros sectores del común volvieron sus ojos al tema de la
paz, dándole relevancia porque percibieron que la guerra “había vuelto” por la
traición, incumplimiento o ineptitud del Gobierno. Las justificaciones para el
discurso de sangre y odio ya estaban operando, puesto que las disidencias han
existido antes y después del Acuerdo.
Lo
anterior además se constata si analizamos los continuos abucheos que está
sufriendo en distintos lugares el expresidente Uribe, el rostro más
representativo del proyecto de la ultraderecha; hechos que indicarían que las
nuevas disidencias no generaron tal “respiro” como se presume. No obstante,
ello no significa que la fuerza de este proyecto de corte fascista esté debilitada;
es importante entender que las dinámicas han cambiado para una sociedad en
crisis, viviendo al límite, que está priorizando resolver su día a día y no el salir
a las calles a brindar respaldos a una figura que está pasando de moda.
Estos
acontecimientos tampoco deben generar falsas expectativas. Que la imagen de rostros
representativos de la ultraderecha, como Álvaro Uribe Vélez, se estén
desgastando un poco, generando un pequeño descontento en la sociedad, en el contexto
inmediato ello no indica que no habrá respaldo en las urnas.
Recordemos
que las dictaduras evolucionaron hacia escenarios electorales donde, además del
paramilitarismo, ahora cuentan con estructuras mafiosas, clientelistas y con
dinero, que hicieron de este escenario una mercancía en disputa que se subasta
entre sectores de la clase dominante que oscila entre la derecha y ultraderecha.
Quizá en las elecciones presidenciales la balanza pueda cambiar, pero en lo regional
y local su poder se mantendrá en un amplio porcentaje. Aunque es claro que
habrán fisuras en su hegemonía territorial; pequeñas, pero habrán.
¿Rearme justificado de
las nuevas disidencias?
Una
de las situaciones más cómodas para algunos analistas y sectores de la
intelectualidad siempre será responsabilizar tanto al Gobierno como a las
nuevas disidencias por su rearme; situación cómoda y extraña, pues al referirse
a ‘Márquez’ y demás comandantes que volvieron a las armas, muchos afirman que “traicionaron
la paz”, pero cuando hablan del Gobierno solo emplean términos como “demoras en
la implementación del Acuerdo de Paz”, y en el mejor de los casos, cuando un tinte
de severidad les invade, se escuchan frases como “falta de voluntad” o “incumplimiento”,
calificativos construidos en medio de un discurso que favorece al Gobierno, en
gran medida, al presentarlo solo como un hijo que se desvió del camino, pero que
se puede corregir.
Esta
mirada que privilegia el efecto (rearme) por encima de la causa (traición del
Gobierno) es la que realmente genera un “respiro” a la ultraderecha, puesto que
sitúa la mayor responsabilidad en las nuevas disidencias y no en el Gobierno,
verdadero responsable de mantener la guerra por su política de iniquidad y traición
a la paz.
Sin
embargo, en la Colombia profunda, que padece la guerra y pone las víctimas
directas, esa no es la mirada que funciona en sus territorios. Y de modo igual
está sucediendo en pequeños espacios, aunque reducidos, de la vida urbana. La mirada
no es la misma, en tanto que el rechazo por el rearme ya no es una situación
tan generalizada como antes. Los asesinatos sistemáticos contra líderes y
lideresas sociales y excombatientes han generado a través del rumor cotidiano,
que empieza ganar espacio en el imaginario de la sociedad, la justificación de
la autoprotección. Situación que no se manifiesta abiertamente, pero que está
preocupando al statu quo, y que pasa desapercibida para muchos análisis que no
habitan las calles, la cotidianidad del barrio, y los territorios de la guerra
prolongada.
Y
la prensa, sin pensarlo ni calcularlo, también generó un ambiente de rumor sobre
las circunstancias que provocaron un rearme de las nuevas disidencias. En varios
reportajes registraron a comandantes como ‘El Paisa’ y ‘Romaña’ cumpliendo el
Acuerdo de Paz, dándole titulares donde se reconocía su capacidad gerencial
para adelantar proyectos productivos en las zonas de reincorporación. Esto ha
provocado, en contraste con la traición de lo pactado por parte del Gobierno, una
serie de preguntas en pequeños espacios de la vida urbana que tienden no
siempre a inclinar la balanza en contra del rearme.
Por
fuera de las dimensiones emocionales del rechazo a la guerra, los análisis
sobre el conflicto interno colombiano deben superar las líneas de pensamiento,
análisis o de opinión que están realizando, consciente o inconscientemente, el
trabajo sucio a la ultraderecha, generando miedo y estigmatización contra otros
análisis y opiniones que nuevamente vuelven sus miradas, de manera aguda, sobre
las causas sociales y políticas que originaron y mantienen el conflicto interno
colombiano y, que con todas sus diferencias y contextos más complejos de estudio,
provocaron el rearme de las nuevas disidencias.
El
deseo y la lucha humanista por la paz debe recobrar su visión sensata y
aterrizada de la guerra, entendiendo que la lucha por la consecución de un
nuevo acuerdo de paz, sin olvidar la lucha por el actual, nos espera. Esta tarea
puede demandarnos años o décadas.
Nuestra
guerra ha sido prolongada, y las expectativas puestas en los alcances que traería
el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y las FARC requieren repensarse bajo la
base que fue un Acuerdo más, de gran importancia y notable en su especie, y por
el cual se seguirá luchando, pero que no será el único en la historia de
Colombia. Hoy cuando el paramilitarismo se ha fortalecido y los grupos
guerrilleros permanecen en los territorios, la guerra no dejará de prolongarse.
¿Cuánto se prolongará? Todo dependerá de cómo la lucha social asuma la traición al Acuerdo de Paz no para lamentos y autoengaños, sino para actuar de manera más
aguda y renovada.