Dictaduras online
"El mejor truco realizado por el Diablo
fue convencer al mundo de que no existía
y así... desaparecer".
Los sospechosos de siempre, 1995.
Las dictaduras nunca
han operado bajo las sombras. Sus crímenes han sido de pleno conocimiento desde
el mismo momento que toman el poder a la fuerza. El carácter sombrío habita en el
papel que juega la comunidad internacional y los medios de comunicación que hacen
del discurso un dispositivo para justificar y normalizar el crimen.
Leer: Política de tierra arrasada
Leer: Política de tierra arrasada
Convertir la
injusticia y toda criminalidad en rituales de lo necesario, de lo inevitable,
de lo justificable sin importar la sangre derramada, es función de publicistas
y periodistas que operan como proxenetas que venden asesorías, estudios y
estrategias propagandísticas del pánico y el odio, formas de colonización enfocadas
a los territorios mentales de sociedades que ahora son regidas por libretos que
la dictadura neoliberal reparte a gobiernos y medios de comunicación del
capitalismo.
La sociedad sometida
a la domesticación emocional del statu quo se autorregula justificando
bombardeos, masacres y leyes que secuestran la dignidad de pueblos y
comunidades. Ya sea con discursos a nombre de la democracia, la seguridad, la libertad,
la moral o Dios, la imposición del miedo, el odio y la ignorancia sobre la
sensatez, llevan al poder a presidentes como Donald Trump en Estados Unidos e Iván
Duque en Colombia.
Lo afirmado podrá sonar
como un pesimismo sombrío, o desfasado ante el optimismo del horizonte de la
protesta social que en el 2019 tomó realce en algunos países latinoamericanos,
entre los que se destaca, principalmente, Chile. Sin embargo, la realidad
demuestra que, a pesar de la aguerrida y ejemplar resistencia el pueblo chileno,
el régimen se mantiene, no intacto, pero se mantiene. Y Sebastián Piñera,
actual presidente, no será derrocado, será cambiado en su momento.
Por tanto lo anterior
implica caracterizar este momento histórico para desarrollar una pedagogía
política donde el despertar de un importante sector poblacional no sea solo
para futuros trabajos de historia y sociología, sino que sirva para fortalecer
procesos organizativos en una generación que, además de arrebatar el Gobierno a
la derecha en las próximas contiendas electorales, sea testimonio de la derrota
ideológica y física del neoliberalismo en su país, ahora y para siempre hasta
llegar a ser poder.
En este sentido, analizando
nuestros contextos, no es difícil contemplar que el afianzamiento de la
protesta social contrasta con los dispositivos de control del statu quo que se
despliegan para conservar una “base social” a su favor, al tiempo que el miedo
sistemático autorregula a un sector poblacional que, aunque desea hacerlo, se
abstiene de protestar.
Es claro que un sector
importante ha despertado y está decidido a confrontar al sistema en las calles,
pero de igual manera otro sector de importancia no está dispuesto a arriesgar
la vida enfrentando al poder, ni sacrificar su cada vez más corroído estado de
confort. Tal es el caso colombiano, donde a esto se suma el aniquilamiento
sistemático de líderes y lideresas sociales, y exguerrilleros que firmaron la
paz, a manos del paramilitarismo que no para de fortalecerse gracias a la ultraderecha
que gobierna el país.
Mantener el statu quo
no solo implica desarrollar e imponer discursos para controlar emotiva e ideológicamente
a poblaciones y comunidades, sin el uso de la fuerza esto no tendría eficacia
ni garantizaría la permanencia del neoliberalismo y sus verdugos en el poder. A
medida que crece la protesta social, la represión también aumenta, o se hace
visible, dejando al descubierto dictaduras cuya fachada son gobiernos que se autoproclaman
“democráticos” a través del maquillaje electoral.
Represión, persecución,
derramamiento de sangre, todo el horror que afrontan quienes protestan, son
hechos que no requieren investigación alguna para llegar a conocer su crudeza y
gravedad. Así como los crímenes de dictaduras militares eran de pleno
conocimiento, estos hechos son tan visibles que aterran por el grado de descaro
con que se realizan. Aunque existen diferencias: la criminalidad y represión
del Estado, en muchos casos, ahora son verificables de forma más precisa y en
tiempo real, con testigos, registro fotográfico, audiovisual, y consultable, al
menos, en internet.
Bajo este contexto se
percibe un tipo de dictaduras online que emergen para recordar que nunca hubo
una retirada, en tanto que simplemente se instalaron en democracias que
nacieron jubiladas. Jamás se fueron y operan mimetizadas, con menor o mayor
crudeza, del mismo modo que el imperialismo norteamericano se mantiene oculto, negando
su existencia, mientras invade y promueve golpes de Estado donde la fachada
democrática se derrumba y pierde el poder en países como Bolivia y Venezuela.
Es claro que en Latinoamérica
el impulso tomado por la protesta social en 2019 llenó de expectativas la lucha
popular en países como Colombia donde no se es poder y ni siquiera se ha sido
Gobierno, pero estas expectativas deben aterrizarse a los verdaderos alcances y
dejar de pensar que todo despertar, necesariamente, debe culminar en un proceso
insurreccional inmediatista.
Después de vivir un
estado de aletargamiento prolongado, un sector importante del pueblo se ha
sacudido, y trazarse objetivos puntuales para el involucramiento político en
procesos organizativos de esa llama que arde de inconformidad y hastío, depende
de la lectura acertada de este momento histórico que requiere de una pedagogía
política basada en estrategias acordes a estas emotividades que buscan un
cambio, y no la desilusión de encontrarse estructuras que quieren apropiarse de
un estallido cuya llama les sobrepasa.
Asistimos a un momento
decisivo donde, de no interpretar correctamente este avivamiento popular, terminaremos
siendo simples almohadas que provocarán de nuevo el adormecimiento y extinción del
fuego. Pero esto no está permitido, porque nos está dado ser el humo del café
en las mañanas, la raíz que rompe el pavimento de las calles, el sol que sale
mientras llueve para avivar el calor de una resistencia que no duerme.