Tumbaron el macho en Palmira
Cuando el poder pierde
una batalla en su propio terreno, responde de dos formas: con violencia asesina
incrementado los crímenes de Estado en la guerra contra el pueblo, o negando y tergiversando
los hechos que llevaron a su derrota parcial o pasajera. En Palmira (Valle del
Cauca), la noche del viernes optaron por la segunda opción.
Pasadas las ocho de
la noche, el 25 de septiembre mi teléfono recibió la primera imagen del derribo
del Monumento al Soldado, un maniquí convertido, a la fuerza, en una estatua con
pala, pintada de dorado, que reposaba al frente del Batallón de Ingenieros Agustín
Codazzi de Palmira. La foto me llegaba de manos de César Montoya, encargado de
prensa de Palmira Humana, quien registró el hecho sin saber que su fotografía terminaría en los diversos medios del país sin darle crédito alguno.
Su derribo ocurría en
medio del acto simbólico convocado, principalmente, por la comunidad LGTBIQ del
municipio, que también fue acompañado por otros sectores de la sociedad que protestaban
por la muerte de Juliana Giraldo Díaz, integrante de la comunidad trans asesinada por el Ejército el 25 de septiembre en Miranda, municipio del departamento del
Cauca.
La foto me tomó por
sorpresa, pues minuto a minuto seguía el acto de protesta y no daba indicios de
desencadenar en enfrentamientos con la Fuerza Pública, y menos que hubiera
intensión de derribar el maniquí. Y también tomó por sorpresa a mi colega que
observó cómo de manera intempestiva alguien subía a la base del monumento y,
sin mayor esfuerzo, le derribaba.
A pesar de ser un
lugar infestado, supone uno, de cámaras de vigilancia, todo indica que hay
quienes prefieren correr el riesgo de ser judicializados, a tener que pasar frente
a la historia como personas tibias que no protestan de manera significativa
contra símbolos institucionales que perdieron legitimidad hasta convertirse en
representación de la vergüenza, el crimen y la impunidad contra el pueblo.
Constados los hechos
y contando con una fuente confiable, la primera aparición de la foto tuvo lugar
en la página de Facebook de la Red de Medios Alternativos y Populares (REMAP), afirmando
que el monumento había sido derribado. Posteriormente se viralizó hasta llegar a
los medios de comunicación que, amparándose en declaraciones oficiales que encubrían el derribo, publicaron versiones tan estúpidas, tan
vergonzosas, que no tardaron en decir que todo se trataba de una caída
accidental, producida por del peso de una bolsa que terminó desplomándole.
![]() |
Tumbaron el macho
Lo que representa el derribo de la estatua de Sebastián de Belalcázar en Popayán y el muñeco de Palmira, tiene similitudes en cuanto a la confrontación y derrumbe de ídolos que tienen como misión posicionar ideologías del poder que se imponen por la fuerza sobre un pueblo dominado, tanto física (a través de las armas y la represión) como mentalmente (por medio de símbolos que encarnan sumisión, y que pasan de generación en generación hasta que son derribados).
Leer:
De Belalcázar a la brutalidad policial
Sin embargo, la
acción silenciosa en Palmira a cargo de las autoridades, de negación y
ocultamiento, en comparación al despliegue ruidoso de protesta de las élites
del país por lo ocurrido en Popayán, marcan una diferencia: la caracterización
patriarcal, homofóbica, machista, que se edifica en la figura del soldado, a
manera del macho fuerte como máquina asesina que no puede ser derribado por la
protesta de “un grupo de maricas”.
El asesinato de Juliana
Giraldo Díaz confirma la acción violenta y asesina del poder que no permite ser
cuestionado, que tiene licencia para matar ya sea para mantener al pueblo
dominado a través de la Fuerza Pública, o para decir que puede hacerlo porque,
simplemente, la Fuerza Pública es representación de las élites que les autoriza
para hacerlo de manera indiscriminada.
Leer:
Política de tierra arrasada
Emprendiendo acciones
discriminatorias, fascistas y homofóbicas, asesinan a integrantes de la comunidad
LGTBIQ, violan a niñas y mujeres, golpean ancianos, así como también tienen vía
libre para golpear y asesinar a jóvenes con el pelo largo. Pueden hacerlo
porque es parte de su recompensa, como un botín de guerra autorizado en tiempos
de la Conquista por la Corona española, al que tienen acceso por cumplir la vergonzosa
y criminal tarea de sostener a una élite corrupta, mafiosa y asesina en el
poder.
El derribo del
maniquí del soldado en Palmira encarna una dignidad profunda y valerosa, en
tiempos donde se te amenaza con la masacre o la cárcel para ser silenciado y
doblegado. La comunidad LGTBIQ, que tantos muertos y muertas ha puesto por
acción violenta de la Fuerza Pública y una sociedad formada bajo la figura del
macho, debe sentirse orgullosa de este acontecimiento significativo que engrandece
su lucha y la de todos los pueblos del mundo por lograr un mejor vivir, libre
de tiranías como la que vive Colombia.
El macho asesino, sumiso y patriarcal debe caer del poder y todos los espacios de la sociedad. Haberlo tumbado en Palmira es un hecho sin precedentes. Y el ocultamiento de este hecho (que el muñeco haya sido reparado con pegamento y pintura, y vuelto a ubicar rápidamente en su sitio) es un asalto a la memoria que lucha contra símbolos e ideologías de la muerte, y única respuesta de una autoridad temerosa de la verdad y el ridículo, cuyo poder se enfoca en esconder esta derrota para que el mundo no tome ejemplo de dignidad.