toda
la derrota de nuestro sistema cultural”.
Federico
Fellini
Mi
infancia estuvo marcada por infinidad de series animadas. Pepe Le Pew fue una
de ellas. No era mi favorita, pero la veía porque hacía parte de la franja
animada que incluía otros cortos de series como Bugs Bunny y El correcaminos. Al
zorrillo debía aguantarlo, esperar a que terminara dentro de la programación, para
luego divertirme con las maldades del conejo y los fracasos del coyote (beep,
beep).
Por eso
me sorprendió que Pepe Le Pew fuera noticia esta semana porque, aunque le
recuerdo, no está dentro de mis recuerdos más importantes cuando de series
animadas se trata. Sin embargo, el zorrillo fue noticia gracias a un artículo
del New York Times donde pide su cabeza por “fomentar el acoso y la violación
de mujeres”.
Esto me
hizo pensar en el efecto que Pepe Le Pew producía en mí. Es obvio que a la edad
de siete años ni idea tendría de lo que era “el acoso”, pero sí recuerdo que, a
pesar de reírme de la ridiculez de Pepe, no simpatizaba con el obrar del
zorrillo, en tanto que veía a la pobre gata desesperada y sin sentirse a gusto.
De acuerdo a mi experiencia puedo decir que esta serie jamás reprodujo en mí
patrones de acoso o incitación a violar mujeres.
En este
sentido, me parece absurdo que se celebre que una serie como Pepe Le Pew esté a
punto de salir del aire, puesto que sin ser feminista o conocer de violencia de
género, basta tener algo de sensibilidad para saber que el actuar del zorrillo
no está bien, en tanto que la gata se ve angustiada y manifiesta rechazo ante
el acoso de Pepe, tal como lo experimenté en mi niñez al ver la serie.
Sin
embargo, la discusión no es en blanco y negro. En este caso, no puede reducirse
a si fomenta o no este tipo de conductas criminales. El debate debe incluir los
factores que propician que algo que a simple vista está mal, termine normalizando
el acoso en un público que hace que sea aceptado en sociedad.
Si en mi
caso esta serie no fomentó el acoso, ¿por qué en otras personas sí lo puede
hacer? Si afirmamos que Pepe es capaz de volvernos acosadores y violadores de
mujeres, ¿acaso también no cabría la posibilidad de que la serie nos induzca a
acosar y violar gatas?, pues es una gata lo que literalmente ven los niños.
Pepe podrá
ser un detonante, más no un determinante. En otras palabras, una sociedad −como
la colombiana− que vota en contra de la paz, que es capaz de creer que la
pandemia es un complot de Bill Gates, que dice que en los hospitales los médicos
matan a los enfermos de Covid-19, y que rechaza las vacunas, está expuesta a creer
y reproducir cualquier infamia sin el más mínimo grado de reflexión. Reproducir
el acoso (del zorrillo), aún observando que es algo que está mal porque hay
alguien que está angustiada y sufriendo (la gata), es una de esas infamias capaz
de normalizar.
Por tanto,
que una serie como Pepe Le Pew salga del aire no es algo para celebrar. Todo lo
contrario, es testimonio de la derrota de “todo nuestro sistema cultural”,
incapaz de asumir que no se debe hacer ni reproducir lo que está mal.
Que no volvamos
a ver al zorrillo simplemente es un placebo, un distractor para evitar el dolor
que conlleva, por ejemplo, nuestra incapacidad de no lograr sacar del aire las
cientos de novelas que, con una ideología definida, reproducen roles machistas donde
el final de la mujer, su misión en la vida, es ser “salvada” por un príncipe azul
neoliberal, capitalista y conservador que se opone al aborto, llevando a las
pantallas, de esta manera, la tarea de un patriarcado que impone oscurantismo y
mensajes de sumisión a las mujeres.
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