Camilo Serrano Corredor, Maestro en Estudios Sociales y
Políticos, Universidad ICESI-Cali, Colombia, y estudiante del Doctorado en
Ciencia Política-CIDE
Intento
iniciar mi escrito pensando en muchas personas, familiares y amigos, que están
en la lejanía en un contexto convulso. Pienso también en personas que no conocí
pero que hoy son referentes de la movilización social más importante de
Colombia en este siglo. Por ejemplo, en Jovita Osorio, una profesora de Cali
que murió el 29 de abril cuando la policía antimotines disparó gases
lacrimógenos contra su casa, en inmediaciones de uno de los puntos duros de la
manifestación. También en Nicolás Guerrero, joven grafitero reconocido por sus
murales en espacios públicos. Su muerte a manos del Escuadrón Móvil Antidisturbios
(ESMAD)[1] en el nororiente de Cali fue
presenciada en directo por una multitud de espectadores que seguían las
protestas en una transmisión en vivo de Instagram. Tiempos anormales en donde
la gente común cobra relevancia y los usos y costumbres se ponen en duda.
Los antecedentes
Toda
protesta requiere un contexto. Desde 2019, el gobierno de Iván Duque enfrentaba
una radicalización de las movilizaciones sociales en su contra, siendo las del
Paro Nacional a finales de noviembre de 2019 las más agudas.[2] Cuando inició la pandemia del
coronavirus, las medidas de cuarentena estricta y la crisis económica derivada,
así como el pésimo manejo gubernamental de la política de vacunación,
exacerbaron un descontento social que se podía medir en los “trapos rojos”: miles de
familias de los barrios populares de las principales ciudades del país
extendían pedazos de tela roja para indicar que no tenían nada que comer.
Iniciativas de solidaridad popular y ollas comunitarias intentaron paliar la
situación, sin mayor éxito. La vulnerabilidad de distintos sectores sociales
quedó al descubierto ante la falta de respuesta gubernamental frente a la
crisis derivada de la pandemia.
En
ese marco, el polvorín social solo necesitaba de un detonante. Y este resultó
ser la propuesta de reforma tributaria del ministro de
Hacienda, Alberto Carrasquilla.[3] En ella, se gravaban con tributación
directa productos de la canasta familiar—como la sal, el café o el azúcar—y se
incluían dentro de la población obligada a declarar renta a sectores medios de
la economía informal.[4] Una tímida convocatoria de un paro
nacional para el 28 de abril por parte de las centrales obreras no se hizo
esperar, pero las declaraciones
de Carrasquilla a la periodista Vicky Dávila, donde demostraba el
desconocimiento sobre los precios reales de un producto de consumo diario como
los huevos, terminaron siendo la chispa que incendió la pradera
De los huevos a las calles
Con
la rabia acumulada por la falta de empatía de un ministro y con la referencia
permanente a los “huevos de Carrasquilla”, las manifestaciones del 28
alcanzaron una convocatoria nunca vista previamente, siendo Cali la ciudad más
destacada por capacidad de convocatoria y de disrupción de la protesta. Las
confrontaciones con el ESMAD adquirieron enormes dimensiones y la movilización
se prolongó teniendo en el 1 de mayo un pico de participación ciudadana que se
vio impugnado por una represión policial sin antecedentes. La presión de la
movilización llevó a que finalmente el presidente retirara la propuesta de reforma en el
Congreso, lo que sin embargo no logró aplacar un paro en pleno
ascenso.
Lo
novedoso de la movilización reciente no solo era la magnitud de la convocatoria
sino la novedad de la misma. Transmitida en vivo a través de lives de
Instagram y cadenas de WhatsApp, la protesta se convirtió en un referente
permanente de la ciudadanía, estuviera participando en ella o no. Asimismo,
lejos de estar dominado por los sectores clásicos de la protesta social en
Colombia—estudiantes universitarios y organizaciones sociales rurales—en este
paro convergieron gran cantidad de sectores medios—pequeños empresarios,
organizaciones comunitarias, grafiteros, iniciativas culturales—y el nuevo
protagonista de la coyuntura colombiana: la Primera Línea. Jóvenes de barrios
populares, hombres y mujeres, sin oportunidades laborales o de estudio, sin
identidades políticas definidas, contradictores del Comité Nacional de Paro y
con profundos sentimientos antipoliciales. Muchos han sido barra-bravas,
domiciliarios de Rappi o Uber, obreros precarizados. Mientras la
intelectualidad discute si son chavs[5],
lumpenproletariado o gamberros, en la práctica son quienes mantienen el Paro en las
calles.
Violencia estatal, cantidad y calidad
La
magnitud de la protesta es difícil de medir dada las complejidades de un suceso
en curso y la multiplicidad de cubrimiento de organizaciones de derechos
humanos y prensa alternativa. La Red de DD.HH. “Francisco Isaías Cifuentes”,
con presencia en el suroccidente del país, reportaba que desde el 28 de abril
solamente en Cali habían ocurrido: 314 lesiones graves de manifestantes, 74
desaparecidos y 27 asesinados. Por su parte, la organización no-gubernamental Temblores reportó, para el mismo periodo,
un balance nacional que puede resumirse en: 278 víctimas de violencia física,
39 asesinatos, 963 detenciones arbitrarias, 28 personas con lesiones oculares
graves, 111 casos de ataque directo con arma de fuego por parte de la fuerza
pública y 12 víctimas de violencia sexual.
Una
violencia de enorme magnitud, que además cuenta con agravantes en terreno de
destacar. De un lado, el uso indiscriminado por parte del ESMAD de Venom,
un lanzador múltiple de granadas aturdidoras y gas lacrimógeno, adquirido por
el gobierno en plena pandemia y cuyo uso ha sido condenado por Human Rights
Watch. Del otro, la implementación en la práctica de una suerte de estado de
sitio regional en Cali y el Valle del Cauca donde, de facto, el Comandante
General del Ejército, Eduardo Zapateiro,
quien se encarga directamente de la respuesta estatal a las protestas.
La respuesta de las élites: Toyotas blancas
Ante
la prolongación del paro en Cali, han surgido iniciativas de autodefensas por
parte de habitantes de los barrios de altos ingresos de la ciudad—principalmente
sur y oeste—, que consideran al paro un secuestro que atenta a su derecho a la
movilidad. El caso más sonado es el de Carlos Andrés Betancourth, ex edil de la
Comuna 22 y militante del Centro Democrático, quien amenazó a un manifestante
con que en su barrio había 25.000 armas y que estarían dispuestos a usarlas. A
la amenaza del político se suman videos de pobladores de Ciudad Jardín—barrio
tradicional del sur de Cali—donde señalan que contra el secuestro tienen
“escoltas y Toyotas”. Precisamente las camionetas de alta gama Toyotas de color
blanco son, desde la noche del 6 de mayo, la herramienta para los ataques
selectivos con arma de fuego en contra de manifestantes. En Cali ya se habla de
un escenario futuro de confrontación abierta entre la Primera Línea y “los
Toyotas”, de consecuencias letales. De hecho, el 9 de mayo en horas de la
tarde, Toyotas y policías atacaron con armas de fuego a una
caravana de manifestantes indígenas que circulaban con el
sector de Pance, aduciendo que estos buscaban ingresar a sus unidades
residenciales.
***
El
paro de 2021 se ha convertido en el evento más importante de la víspera del año
electoral colombiano—en el que, por primera vez, un candidato de izquierda
lidera la intención de voto. Se liga al reciente auge de la protesta social
latinoamericana y reaviva discusiones sobre las desigualdades estructurales de
la región, la capacidad de inclusión de los sistemas políticos y las
reformas—posibles o no—a las fuerzas de seguridad. Su desarrollo ulterior será,
sin duda alguna, de importancia para la reflexión de las ciencias sociales.
Quien
esto escribe toma partido; apoya las reivindicaciones del paro; rechaza la
violencia estatal y se solidariza con todas las familias víctimas. El actual
momento pone sobre el debate no una simple reforma tributaria sino la calidad y
alcances del régimen colombiano. Los escenarios de desenlace nos dirán, en
últimas, qué tan diversa e incluyente puede ser nuestra sociedad, así como
cuánto pesa el caso colombiano en el concierto internacional.
Publicación
original en:
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[1] Escuadrón Móvil Antidisturbios,
unidad especial de la Policía Nacional encargada del trato a la protesta
social.
[2] Una importante crónica sobre los
sucesos de 2019 ya fue publicada: Sandra Borda. 2020. Parar para avanzar: crónica del movimiento estudiantil
que paralizó a Colombia. Bogotá: Crítica.
[3] Alberto Carrasquilla es economista de
la Universidad de los Andes y Ph.D. en Economía de la Universidad de Illinois.
Se ha desempeñado en el sector público y privado. Fue ministro de Hacienda
durante el primer gobierno de Álvaro Uribe. Un perfil está disponible aquí.
[4] Específicamente a ingresos mayores a
cerca de 688 dólares mensuales.
[5] Término despectivo utilizado contra
los jóvenes de clase obrera en Inglaterra. La discusión sobre su uso y alcance
cobró relevancia con las protestas y saqueos del verano de 2011. Una reflexión
a media máquina entre la academia y la crónica en: Owen Jones. 2013. Chavs. La
demonización de la clase obrera. Madrid: Capitán Swing.
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